Háblame con la mirada

viernes, 14 de octubre de 2011


Dicen que la mirada es el reflejo del alma, y aciertan. Ya desde pequeños, cuando todavía no sabemos articular palabras ni tenemos conocimientos técnicos, nuestra mirada expresa lo que nuestra voz o nuestros gestos son incapaces de expresar, y por suerte, la mirada es un idioma internacional que no requiere de estudios ni hemerotecas, una especie de código con el que la humanidad se ha dotado para poder comunicarse de forma básica.

Es la mirada de ese niño con los ojos abiertos que nos muestra las ganas de ver el mundo, de conocer y de crecer, son las lágrimas que vierten de los mismos los que canalizan momentos de tristeza, rabia, impotencia e incluso alegría, son las pupilas dilatadas las que muestran nuestros momentos de placer y de amor hacia alguien, es la mirada fija la que muestra incredulidad por algo, es la mirada baja y fruncida la que nos muestra enfado y querer marcar terreno, son nuestras pupilas, las que moviéndose de un lado a otro nos muestran si decimos la verdad o mentimos, en definitiva, nuestros ojos son una combinación de elementos químicos que informan al receptor de nuestro estado de ánimo, y lo mejor de todo es que no los podemos controlar, eso hace que los ojos nunca puedan mentir y sean la parte más sincera de nuestro cuerpo humano.

La mirada tiene dominados y dominadores, quien domine la misma puede conquistar nuevos espacios ad eternum, en cambio, quien no tenga esa capacidad será absorbido por otra fuerza ajena y será incapaz de marcar su territorio. Cuando conocemos a alguien que nos atrae queremos buscar en sus ojos la respuesta a nuestras preguntas, somos inteligentes y prácticos, por eso recurrimos a la verdad en lugar de pasarnos el día con absurdas preguntas como el tradicional "¿Merece la pena luchar por ella?", por eso con valentía la miramos a los ojos y tratamos de mantener la mirada, intentamos vencer, al tiempo que la poseemos (el ser humano es posesivo por naturaleza), como en un combate de gladiadores, y en un frío secular que muchas veces nos rodea, perdemos toda orientación del espacio y del tiempo y quedamos atónitos por dos pupilas que hacen las veces de oráculo, es fascinante cuando las dos miradas chocan, cuando su mirada también se mantiene, esos segundos (o minutos) donde el silencio es comunicativo y donde nos decimos todo lo que somos incapaces de decirnos con la morfología de las palabras, nos decimos amor sin mostrarnos el corazón y es entonces, cuando un pequeño balbuceo de la pupila muestra nuestra inquietud, un guiño a viajar y movernos que provoca en la otra persona una sonrisa suave, es decir, ha entendido el mensaje, sabe que el movimiento de los ojos significa ganas de pasión, sabe que nuestras pupilas dilatadas muestran debilidad, y por mucho que nos de vergüenza decirlo, nuestros ojos nos han delatado.

Los ojos nunca cambian, como el código genético de una persona, es el patrón que nos identifica, y nos damos cuenta con el paso del tiempo, cuando volvemos a ver a esa persona que hacía tiempo no sabíamos nada y la miramos a los ojos, y vemos que nada ha cambiado, situaciones personales al margen, sus pupilas siguen siendo las mismas. Hace unos días miré a los ojos a una persona con la cual había compartido muchos momentos, vi sus ojos, los de siempre, pero los vi fríos, entendí que el tiempo había pasado y que además de mis ojos lagrimosos fruto del recuerdo y la nostalgia, fuera había llovido mucho, tanto que me costaba entender su mirada, pero comprendí que era ella. -Todo pasa muy rápido- Pensé. Y al salir de allí me había olvidado de la conversación, pero no de su mirada, pues esto último nunca se olvida.

Hablen más con la mirada y dejen que sus ojos aprendan a vocalizar.

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